lunes, 20 de marzo de 2017

COMEDIAS BÁRBARAS, DE RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN



COMEDIAS BÁRBARAS

DE

RAMÓN DEL VALLE-INCLÁN



Edición y prólogo de Fernando Olaya Pérez

Tapa blanda. 340 pág. 15 x 24 cm. 
ISBN 978-84-946696-0-6. 18 euros.


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PRÓLOGO (FRAGMENTO)


Las Comedias Bárbaras se componen de tres obras teatrales de Va­lle-Inclán: Cara de Plata (1923), Águila de Blasón (1907) y Romance de Lobos (1908). Se trata por tanto de una trilogía ambientada en la Gali­cia rural de mediados del siglo XIX. Su protagonista es don Juan Ma­nuel Montenegro, noble, mayorazgo, vinculero, hombre inhóspito para su tiempo pues parece vivir en un pasado que ya no existe. Se­ñor del mayorazgo y vinculado a sus tierras por herencia ancestral, está casado con doña María, señora a la antigua usanza, que también aportó su dote al mayorazgo, y tienen seis hijos ya mayores: don Pedrito, don Mauro, don Farruquiño, don Gonzalito, don Rosendo y don Miguel, el pequeño y más conocido como Cara de Plata.

Cara de Plata, aunque es la última obra que se publica, figura en pri­mer lugar en el orden cronológico de la trilogía. Continúa la acción en Águila de Blasón y se produce el desenlace en Romance de Lobos. De todas formas cada obra puede leerse y ponerse en escena indepen­dientemente, pues todas ellas tienen un planteamiento, nudo y des­enlace, que la trilogía lo que hace es enmarcar a un nivel superior.

El trasfondo histórico de las Comedias Bárbaras es la liquidación de una forma de vida. Son los últimos coletazos de un sistema social que ha caído en desuso. A la postre el cambio únicamente verificará que todo sigue igual bajo otras formas de relaciones sociales. Pero las perturbaciones en estas trastocan profundamente la vida cotidia­na de toda la población. La vinculación de los siervos (de la gleba, en terminología medieval) a la tierra que trabajan, no se va desmon­tando en España, en la práctica, hasta bien entrado el siglo XIX. La famosa desamortización de Mendizábal es el paradigma legal de una situación que todavía se prolonga de facto hasta pleno siglo XX. Al cambiar el sistema de herencia de los mayorazgos, por el que los primogénitos heredan todas las tierras, se produce una partición de estos que hará a sus detentadores irrelevantes socialmente. A la par que se van ganando en importancia otras fuentes de riqueza deriva­das de la revolución industrial, que va llegando a España de manera retrasada, lenta, pero inexorable.

La trama de las Comedias Bárbaras se centra, precisamente, en la caí­da de uno de estos herederos de los señores feudales, don Juan Ma­nuel Montenegro, que en las tres obras es referido por multitud de nombres (linajudo, vinculero, mayorazgo), pero que aparece en las entradas de los personajes como el Caballero. Su caída será inexo­rable, pues su poder ya no corresponde a los tiempos que corren. El mismo proceso de envejecimiento del protagonista es uno de los hilos conductores de la trilogía. En Cara de Plata, pletórico de fuerza y energía, es capaz de arrebatar a Doña Sabelita de los brazos de su propio hijo y convertirla en su barragana, o concubina. En Águila de Blasón muestra sus grietas al ser robado por sus propios hijos, que quieren cobrarse su herencia en vida, al mismo tiempo que es capaz de seguir desafiando a todo su entorno, que se desmorona. Pero en Romance de Lobos, con la muerte de su mujer legítima, doña María, se resquebrajará su ser por dentro. Haciendo acto de contrición re­nuncia a todo, para al final tener que ponerse al frente de los pobres para hacer frente al despótico ejercicio del poder por parte de sus desalmados hijos-lobeznos.


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CARA DE PLATA (FRAGMENTO)

ESCENA CUARTA

Huerto de luceros, la tarde, y entre cuatro cipreses negros, las piedras romá­nicas de San Martiño de Freyres. Son remotas lumbres las cimas de los mon­tes, y las faldas sinfónicas violetas. Pasa el rezo del viento por los maizales ya nocturnos, y se están transportando a la clave del morado los caminos que aún son al crepúsculo almagres y cadmios. San Martiño de Freyres, por la virtud crepuscular, acendra su karma de suplicaciones, milagros y cirios de muerte. Alanos de mujer encienden la lámpara del presbiterio. Vuela asustada una lechuza. SABELITA, en sombra, aparece bajo la lámpara, y en la puerta, refrenando el caballo, CARA DE PLATA.

CARA DE PLATA

¡Isabel!

SABELITA

¡No me hables!

CARA DE PLATA

Levanta los ojos para mí.

SABELITA

No quiero mirarte.

CARA DE PLATA

¿Tanto me aborreces?

SABELITA

¡Espanto me das!

CARA DE PLATA

¿Sabes de dónde vengo?

SABELITA

De alguna obra mala.

CARA DE PLATA

De brindarle las paces a tu tío.

SABELITA

Eres tú muy soberbio para ello.

CARA DE PLATA

Soy más enamorado.

SABELITA

¡Tarde del amor acordaste! ¿Y mi tío, a tus paces qué ha res­pondido?

CARA DE PLATA

El trabuco sacó de la sotana como si fuese un Santo Cristo.

SABELITA

¡Lástima no haberte matado!

CARA DE PLATA

¿Por qué quieres vestirte de luto?

SABELITA

¡Me vestiría de grana!

CARA DE PLATA

¡Embustera! ¡Isabel, bodas sellan paces!

SABELITA

¡Las cruces te hago!

CARA DE PLATA

¡Por el asilo de la iglesia no te prendo ahora por la cintura y te llevo robada sobre mi caballo!

SABELITA

¡Pirata!

CARA DE PLATA

¡Isabel, adiós!

SABELITA

¡Adiós, Carita de Plata!

Entra FUSO NEGRO con el bonete lleno de piedras por la puerta de la sacristía, y se extingue el sonoro galope con que se aleja CARA DE PLATA.

FUSO NEGRO

¡Touporroutóu! Juntando para una casa. ¡No bastan siete mil bonetes! ¡No bastan! ¡Si bastasen! Tengo que hacerme la casa, y prontamente. Me viene una moza embarcada de América. ¡Touporroutóu! ¡La tengo preñada! Aún no la he visto y traba­jo todas las noches con ella. Pecamos a las escuras. ¡Hay que pecar! ¡El que no peca se condena!

SABELITA

Respeta la iglesia, Fuso Negro.

FUSO NEGRO

Ya la respeto. Espera que tenga la casa levantada, y nos ajun­tamos. ¡Touporroutóu! A la otra tengo preñada. Trae en el bandullo treinta y siete varones y treinta y siete hembras. Esta noche voy en el caballo del viento, trabajo contigo y a ella la degüello.

SABELITA

¡Fuso Negro, no me asustes! ¿Qué quieres aquí?

FUSO NEGRO

Mirarte.

SABELITA

¡Vete!

FUSO NEGRO

¿Me das para un vaso?

SABELITA

¡Vete!

FUSO NEGRO

Si no me das para un vaso, enséñame las piernas.

SABELITA

¡No me asustes, Fuso Negro!

FUSO NEGRO

¡Touporroutóu! ¡Ay, canela! ¡Dame para un vaso!

SABELITA

No tengo.

FUSO NEGRO

¡Qué buena idea, de mala idea, soltar el vino todo que hay en el mundo, todo a correr en una fuente de cien mil tornos! ¡Qué idea más buena! ¡Y que las vacas, en vez de bostas, ver­tiesen panes por bajo del rabo! ¡Otra buena idea! ¡Pero de mé­rito! Todo anda mal. El mundo va descaminado. Yo sé el re­medio, y otros lo saben. Ninguno lo declara. Al primero que hable, cuatro tiros, mandamiento del cabrón gobierno. Satanás podía gobernar el mundo a satisfacción de unos y de otros. ¡Touporroutóu! Siendo, como es, tan lagarto, podía darse con todos la lengua.

SABELITA

¡Respeta la iglesia! ¡Vete que me asustas, Fuso Negro!

FUSO NEGRO

Reinando Satanás, las mujeres andarían en cueros. De punta de viernes a punta de viernes, beber y comer con fornicamen­to. Mal gobernado el mundo, sería algo de mérito. ¡Cara boni­ta, amuéstrame las piernas!

SABELITA

¡Vete!

FUSO NEGRO

No quiero.

SABELITA

¡Vete, o doy voces!

FUSO NEGRO

¡Amuéstrame las piernas, puñeta!

SABELITA

¡No me asustes, Fuso Negro!

FUSO NEGRO

¡Touporroutóu! ¡Qué blanca eres! ¡Dame una vicada, concho! ¡Madre Santísima, qué virgo tienes!

El románico pórtico, bajo los santos de piedra, el fálico triunfo, la risa en ba­landros, los ojos en lumbre, la greña frenética. SABELITA, con un grito, invoca al lejano caminante de los caminos crepusculares.

SABELITA

¡Socorro!

FUSO NEGRO

Concho, que te como la lengua.

SABELITA

¡Socorro!

Imprecador y violento, por el muro del atrio salta impensadamente un negro jine­te, y el loco se revuelve bajo las herraduras, greñudo y espantable, como los moros del señor Santiago. Después, convulsa y blanca levantada en el arzón, la niña desmaya la frente sobre el hombro del CABALLERO.

SABELITA

¿Padrino, a dónde me lleva?

EL CABALLERO

¡Conmigo para siempre!

SABELITA

¡Para siempre!...

En el camino, una vieja halduda se aparta casi bajo las patas del caballo, y se hace la cruz. 

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